Thursday, February 19, 2015

Sí, soy feminista


Hace poco estuve en un grupo que fue materia de estudio para una investigación y me preguntaron sobre mí. Entre lo que comenté confesé que era feminista, y uso la palabra "confesar" porque en realidad no lo había afirmado antes, acto seguido mencioné que nunca optaba por alguna postura "oficial" porque creo ser una persona consecuente y que para ser partidaria de algo debo estar de acuerdo con todo; "entonces, aparte de mi compromiso con el quehacer educativo ahora también puedo decir que soy feminista".

Esperé 30 años para decirlo pero quizá todo el tiempo lo confundí con rebeldía. Rebeldía en casa, con mi familia machista, rebeldía porque a pesar de que a mí no me daban la propina que le daban a mis hermanos "porque ellos eran hombres y podían salir a la calle" comencé a vender mi lonchera en la escuela y a hacerle la tarea a mis amigos y amigas para ganarme algunos soles. Rebeldía porque a pesar de no permitirme ocupar la cabecera de la mesa para el almuerzo, lo hacía. Rebeldía al negarme a lavar y planchar la ropa de mis hermanos. Rebeldía al pensar que no estaba mal defenderme a golpes en la escuela cuando alguien me trataba con la misma violencia. 

Sin embargo, a pesar de los actos insurrectos en ciertos episodios de mi vida todo tiene su contraparte y en mi caso la encontré en la crianza. Solo para que se hagan una idea, nunca escuché la palabra "feminismo" pero sí "revolución" - del feminismo supe en la universidad. Ahora, volviendo al tema, durante mi infancia fui consciente de una parte del machismo pero no de toda la violencia de género que también era fomentada por mujeres. El obligarte e inducirte a ser flaca hasta llegar a la anorexia y bulimia, el hacerte creer el cuento del príncipe azul, el hacerte pensar que estarás realizada si te casas y tienes una familia, el recomendarte buscar un marido con dinero, el decirte que está en tus manos mejorar la raza para que tus hijos nazcan blancos, el imponerte usar el cabello largo porque tenerlo corto "es de hombres", entre otras perlas... Cayendo ingenuamente en las dos primeras, las peores taras de mi vida.

Cuando salí del colegio me enfrenté al mundo, a otro tipo de violencia que mis inocentes pensamientos escolares ni siquiera imaginaban pues finalmente te contaron una historia cuyo final feliz estaba sujeto a la llegada del príncipe azul quien viene a darte el amor que tanta falta te hace, pero nadie te advierte que aquel individuo es potencialmente un violador y como no lo sabes y estás sujeta al supuesto cariño que un malparido te da, acabas pensando que todo lo ocurrido fue tu culpa y te callas, no denuncias la agresión ni el trauma que viene después. En una situación como esa, la rebeldía ya no basta para sobreponerse sola. 

Los años pasaron, la vida pasa, las cosas pasan y creí - a pesar de lo vivido - que si a mis 25 años no tenía enamorado me quedaría sola para siempre. En ese momento le dije a mi ex: "Creo que si no me quedo contigo me quedaré sola el resto de mi vida" y él aceptó continuar en esas condiciones. De pronto, pasó lo que diferentes médicos pronosticaron imposible: quedé embarazada. Mi familia fue la más feliz: "Ahora cásate" - "No". Y fue una de las decisiones más sabias de mi historia.

Conviví con el padre de mi hija y la violencia continuó. La solución ya no tenía que ver con la rebeldía, la reacción fue una lucha silente y continúa que acabó con la separación. ¿A qué violencia me refiero? A tolerar su dependencia emocional, al vivir con una neonata que llora por lactar y un joven de casi 30 años llorando a la vez porque no puede ver a su mamá, que luego sigue llorando porque no se puede ir a estudiar al extranjero y termina, llorando también, porque no supo calentar un biberón. Sufrir un breve lapso de dependencia económica en el que te mezquinan S/. 2,00 (sí, lo que cuesta el pasaje en bus de ida y vuelta) porque tienes que ir a tu control post parto y no tienes dinero. Ese entre otros motivos financieros me hicieron aceptar un trabajo al mes del nacimiento de mi hija, cosa que mi familia censuró a sabiendas de mi situación: "tú eres la madre y no puedes descuidar a tu hija" y el padre: "tú le pagarás a la nana porque estás faltando en casa". Así y contra todos, comencé a trabajar.

La situación mejoró pero la repartición de gastos en casa nunca fue equitativa ni equivalente a los sueldos de los dos. Él comenzó a estudiar su post grado prometiendo subsanar mis sacrificios con pagarme los estudios cuando él termine, cuando eso ocurrió me dijo: "tú y yo ya no estamos, no tengo por qué darte nada". Resultado: Él es licenciado y magister porque tuvo tiempo para hacerlo mientras yo, con la crianza, la casa y con múltiples trabajos para mantenerla sigo siendo bachiller. ¿A eso se puede contestar con rebeldía? 

Finalmente, después de tres años y medio, se hizo efectiva la separación. Mi familia me insistió para que vuelva con él, sobretodo mi madre que siempre ha vivido preocupada por el qué dirán. Un día le dije: A ti no te molestó vivir maltratada, ¿verdad? A mí si me importa, porque después de todo lo vivido sé lo que significa tener amor propio.Quererte y valorarte tampoco es un acto de rebeldía. 

Entonces, cuando te enfrentas a:
- Optar por vivir la sexualidad libremente y que te sindiquen de puta, es violencia.
- Un abuso sexual y que al final te hagan sentir culpable, es violencia. 
- Vestir escotes y minifaldas y que la gente lo atribuya a que "quieres provocar". Es violencia.
- Ser exhibicionista y ser tildada de "calienta huevos", es violencia.
- Vivir emancipada porque no puedes estar a expensas de un hombre que depende emocionalmente de su madre y no está dispuesto a hacerse cargo equitativamente de los quehaceres de la casa y que, por ese motivo, te tilden de "no saber mantener un hogar", es violencia. 
- Trabajar para mantener a tu hija y te hagan pensar que eres "mala madre" por no atenderla, es violencia. 
- La obligación de ser ama de casa y no exigir ni un sol por todo el trabajo que haces, es coacción. 
- La presión social de retomar la relación con el padre de tus hijos solo por ellos, es violencia. 
- Entre muchas cosas más...

Por toda esa lucha que en algún momento confundí con rebeldía adolescente, es que me afirmo feminista. Porque no quiero que mi hija crezca viendo a una madre sometida, en una casa llena de gritos y peleas, quiero que crezca libre, que estudie, que su entorno esté lleno de amor pero que conozca y sepa lo que ocurre en el mundo, que sea valiente, que conozca sus derechos, que no la alcancen los prejuicios, no quiero que aprenda con golpes como lo hice yo. Quiero un mundo mejor para ella, quiero que tenga oportunidades por las que yo y muchas otras mujeres luchamos... Sí, soy feminista. 



Monday, February 09, 2015

Cocina con amor

Mi relación con la comida siempre fue complicada, desde pequeña me crearon complejos que acabaron en tormentos adolescentes de los que hasta hoy no me deshago, pero lo cierto es que a pesar de los trastornos alimenticios que sufrí siempre tuve presente que para comer debía llegar a alguna casa, ¿y por qué casa? Porque se supone que en las casas siempre hay amor, aunque a veces acababa matando el hambre con los embutidos y galletas que te dan de cortesía en los súper mercados.
De niña, invitaba a todos a comer a mi casa porque mi mamá cocinaba muy rico, lo curioso era que ella nunca se enteraba de mis reuniones. De pronto llegaba gente a cenar y no había nada que ofrecer. Otra cosa que recuerdo es que cada vez que cumplía años, mi mamá cocinaba carapulcra y yo era la más feliz del mundo pero todo se fue perdiendo con los años y el amor se terminó cuando papá se fue a vivir a Tacna, aún recuerdo el día en que mi mamá rompió su romance con la sazón, que volvía cada vez que papá regresaba a Lima.
Cuando tuve 14 años y me deprimía porque no podía cambiar el mundo, salía del colegio caminando sin dirección y sin ganas de volver a casa, porque "mi casa" se convirtió en un lugar para pensar en todo lo que no podía ser y hacer pero esa terrible sensación cambiaba cuando, después de las 03:00 de la tarde, comenzaba a sonarme el estómago y desviaba la ruta para dirigirme a un lugar en el que me sentía mejor: la casa de mamá Nati.
Natividad Flores es la mamá de mi papá y siempre fue LA mamá, aunque machista por la crianza y la edad, pocas personas me dieron tamaño ejemplo de lucha. Ella siempre se entregó a todo lo que hacía y, a mi parecer, le salía bien. Vivía para engreír a sus nietos, entre muchas otras cosas, y lo hacía cocinando pasteles, empanadas, postres, todo tipo de guisos y todo, TODO, siempre sabía a casa.
Pasaron los años y al salir del colegio me di a la vida práctica, en la que siempre fue más fácil comer un choclo sancochado, una lata de atún, lechuga cortada con la mano, queso fresco y cuando hacía frío, sopas instantáneas pero todo cambió varios años después, cuando supe que sería madre.
Cuando el pediatra me dijo que la niña debía comenzar a comer, me propuse cocinarle siempre lo mejor que pudiera para que sepa desde pequeña que en casa se come mejor que en cualquier otra parte.
Desde entonces cocino con gusto, y no solo para ella sino para todos los que quiero, además caí en cuenta de lo que mi psicóloga decía: "la comida es amor y nuestra forma de interactuar con ella es un indicador de cómo nos sentimos".
Por eso hoy, cuando a mi niña de casi 4 años le pregunto: "¿Qué quieres que te cocine hoy?", ella contesta: "Carapulcra con amor".