Hace poco estuve en un grupo que fue materia de estudio para una investigación y me preguntaron sobre mí. Entre lo que comenté confesé que era feminista, y uso la palabra "confesar" porque en realidad no lo había afirmado antes, acto seguido mencioné que nunca optaba por alguna postura "oficial" porque creo ser una persona consecuente y que para ser partidaria de algo debo estar de acuerdo con todo; "entonces, aparte de mi compromiso con el quehacer educativo ahora también puedo decir que soy
feminista".
Esperé 30 años para decirlo pero quizá todo el tiempo lo confundí con rebeldía. Rebeldía en casa, con mi familia machista, rebeldía porque a pesar de que a mí no me daban la propina que le daban a mis hermanos "porque ellos eran hombres y podían salir a la calle" comencé a vender mi lonchera en la escuela y a hacerle la tarea a mis amigos y amigas para ganarme algunos soles. Rebeldía porque a pesar de no permitirme ocupar la cabecera de la mesa para el almuerzo, lo hacía. Rebeldía al negarme a lavar y planchar la ropa de mis hermanos. Rebeldía al pensar que no estaba mal defenderme a golpes en la escuela cuando alguien me trataba con la misma violencia.
Sin embargo, a pesar de los actos insurrectos en ciertos episodios de mi vida todo tiene su contraparte y en mi caso la encontré en la crianza. Solo para que se hagan una idea, nunca escuché la palabra "feminismo" pero sí "revolución" - del feminismo supe en la universidad. Ahora, volviendo al tema, durante mi infancia fui consciente de una parte del machismo pero no de toda la violencia de género que también era fomentada por mujeres. El obligarte e inducirte a ser flaca hasta llegar a la anorexia y bulimia, el hacerte creer el cuento del príncipe azul, el hacerte pensar que estarás realizada si te casas y tienes una familia, el recomendarte buscar un marido con dinero, el decirte que está en tus manos mejorar la raza para que tus hijos nazcan blancos, el imponerte usar el cabello largo porque tenerlo corto "es de hombres", entre otras perlas... Cayendo ingenuamente en las dos primeras, las peores taras de mi vida.
Cuando salí del colegio me enfrenté al mundo, a otro tipo de violencia que mis inocentes pensamientos escolares ni siquiera imaginaban pues finalmente te contaron una historia cuyo final feliz estaba sujeto a la llegada del príncipe azul quien viene a darte el amor que tanta falta te hace, pero nadie te advierte que aquel individuo es potencialmente un violador y como no lo sabes y estás sujeta al supuesto cariño que un malparido te da, acabas pensando que todo lo ocurrido fue tu culpa y te callas, no denuncias la agresión ni el trauma que viene después. En una situación como esa, la rebeldía ya no basta para sobreponerse sola.
Los años pasaron, la vida pasa, las cosas pasan y creí - a pesar de lo vivido - que si a mis 25 años no tenía enamorado me quedaría sola para siempre. En ese momento le dije a mi ex: "Creo que si no me quedo contigo me quedaré sola el resto de mi vida" y él aceptó continuar en esas condiciones. De pronto, pasó lo que diferentes médicos pronosticaron imposible: quedé embarazada. Mi familia fue la más feliz: "Ahora cásate" - "No". Y fue una de las decisiones más sabias de mi historia.
Conviví con el padre de mi hija y la violencia continuó. La solución ya no tenía que ver con la rebeldía, la reacción fue una lucha silente y continúa que acabó con la separación. ¿A qué violencia me refiero? A tolerar su dependencia emocional, al vivir con una neonata que llora por lactar y un joven de casi 30 años llorando a la vez porque no puede ver a su mamá, que luego sigue llorando porque no se puede ir a estudiar al extranjero y termina, llorando también, porque no supo calentar un biberón. Sufrir un breve lapso de dependencia económica en el que te mezquinan S/. 2,00 (sí, lo que cuesta el pasaje en bus de ida y vuelta) porque tienes que ir a tu control post parto y no tienes dinero. Ese entre otros motivos financieros me hicieron aceptar un trabajo al mes del nacimiento de mi hija, cosa que mi familia censuró a sabiendas de mi situación: "tú eres la madre y no puedes descuidar a tu hija" y el padre: "tú le pagarás a la nana porque estás faltando en casa". Así y contra todos, comencé a trabajar.
La situación mejoró pero la repartición de gastos en casa nunca fue equitativa ni equivalente a los sueldos de los dos. Él comenzó a estudiar su post grado prometiendo subsanar mis sacrificios con pagarme los estudios cuando él termine, cuando eso ocurrió me dijo: "tú y yo ya no estamos, no tengo por qué darte nada". Resultado: Él es licenciado y magister porque tuvo tiempo para hacerlo mientras yo, con la crianza, la casa y con múltiples trabajos para mantenerla sigo siendo bachiller. ¿A eso se puede contestar con rebeldía?
Finalmente, después de tres años y medio, se hizo efectiva la separación. Mi familia me insistió para que vuelva con él, sobretodo mi madre que siempre ha vivido preocupada por el qué dirán. Un día le dije: A ti no te molestó vivir maltratada, ¿verdad? A mí si me importa, porque después de todo lo vivido sé lo que significa tener amor propio.Quererte y valorarte tampoco es un acto de rebeldía.
Entonces, cuando te enfrentas a:
- Optar por vivir la sexualidad libremente y que te sindiquen de puta, es violencia.
- Un abuso sexual y que al final te hagan sentir culpable, es violencia.
- Vestir escotes y minifaldas y que la gente lo atribuya a que "quieres provocar". Es violencia.
- Ser exhibicionista y ser tildada de "calienta huevos", es violencia.
- Vivir emancipada porque no puedes estar a expensas de un hombre que depende emocionalmente de su madre y no está dispuesto a hacerse cargo equitativamente de los quehaceres de la casa y que, por ese motivo, te tilden de "no saber mantener un hogar", es violencia.
- Trabajar para mantener a tu hija y te hagan pensar que eres "mala madre" por no atenderla, es violencia.
- La obligación de ser ama de casa y no exigir ni un sol por todo el trabajo que haces, es coacción.
- La presión social de retomar la relación con el padre de tus hijos solo por ellos, es violencia.
- Entre muchas cosas más...
Por toda esa lucha que en algún momento confundí con rebeldía adolescente, es que me afirmo feminista. Porque no quiero que mi hija crezca viendo a una madre sometida, en una casa llena de gritos y peleas, quiero que crezca libre, que estudie, que su entorno esté lleno de amor pero que conozca y sepa lo que ocurre en el mundo, que sea valiente, que conozca sus derechos, que no la alcancen los prejuicios, no quiero que aprenda con golpes como lo hice yo. Quiero un mundo mejor para ella, quiero que tenga oportunidades por las que yo y muchas otras mujeres luchamos... Sí, soy feminista.