La noche, el terror,
a cien pasos bajo tierra,
las sepulturas sin esperanza,
el miedo en la médula y lo negro en el ojo
-el llamado de la estrella muere al borde del pozo-
y esas mano, tu penuria blanca
en la bruma helada del fondo de toda la vida,
en la penuria blanca de esas manos que serán las mías
un día, tanto las habré amado.
No te escapez, me dice la luz
-la que por doquier resplandece aquí, más ligera
sobre el espesor ciego que encierra
y vana;inútil claridad que horada la piel sin embargo
y que me dice: no saldrás,
pero camina solo arañado por mi látigo fantasma
es el fondo del terror,
es el palacios sin puertas,
sótano bajo sótano, es el país sin noche.
El aire está poblado de notas falsas
hasta que los dientes rechinen,
es el país sin silencio,
sótano bajo sótano aún en el país sin descanso,
no es un país, es yo mismo
cosido en mi saco
con el miedo,la hidra y el dragón
y tú, demonio, he aquí tu cabeza de verruga
que me arranco del pecho
¡oh! monstruo, mentiroso,
comedor de alma.
Me hacias creer que tu nombre maldito
era el mio, el impronunciable,
que tu faz era mi faz, mi prision,
que mi piel detestada vivía de tu vida,
pero te he visto: tú eres otro
bien puedes atormentarme para siempre,
puedes aplastarme en los osarios
bajo los cadáveres de todas las razas desaparecidad,
puedes quemarme en la grasa de los dioses muertos,
sé que tú no eres yo mismo,
nada puedes contra el fuego más ardiente que el tuyo,
el fuego, el grito de mi rechazo
de ser nada.
¡No, no no! pues veo los signos
aún débiles en un banco de lenta bruma
pero ciertos, pues los sonidos que peinan
son los hermanos de los gritos que ahogo,
pues los caminos increíbles que trazan
son los hermanos de mis pasos de plomo;
veo los signos de mi fuerza sin límites, el asesino
de mi vida y de otras vidas hermanas.
Del fondo iluminado, techo bajo techo, de los sótanos,
veo - me acuerdo- yo los había trazado al comienzo-
los signos crueles excavando cada repliegue
del molusco, pensamiento de mil tentáculos.
Me enseñan la terrible paciencia,
me muestran el camino abierto
pero qué mejor que toda muralla cierre
la ley de llama dicha en la punta del sable
y acompasando cada paso a la orquesta fatal:
todo es contado.
He aquí, he arrancado el manto de carne sangrante
y de cólera y camino yo desnudo
-¡aún no! pero me veo lejano
y tengo para guiarme y reemplazar mi corazón
muy lejos, estas manos, estas manos de ciego,
el ciego muerto más vidente que vuestros ojos de animales,
vosotros opacos vivos pesados, muy lejos el ciego
y sus pupilas, círculos de todo saber,
cercando el agua límpida y negra de lagos subterráneos-
yo diría qué bellas son, esas manos,
qué bella es, no, cómo expresa la belleza,
la muerte ciega, pero que ve toda mi noche,
yo hablaría, inventaría palabras -sollozos
-a sus pies sería preciso llorar-
sollozaría su belleza,
si yo pudiera llorar,
si yo no estuviera muerto por no haber sabido llorar.
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