Sunday, May 18, 2014

Marina Isabel

Hace diez años cursaba el segundo año de carrera en la Facultad de Letras de San Marcos. El segundo semestre del 2004 llevé varios cursos electivos y en uno de ellos conocí a la pequeña Maribel, lo curioso era que cuando pasaban lista no encontraba a nadie con su nombre hasta que me dijo: Yo soy Marina Isabel pero para resumirlo me dicen Maribel.
Ella vive en una calle que la tiene por santa pero cuando nos conocimos la conversación comenzó por el chupetón que tenía en el cuello. La recuerdo cruzando por el patio de letras; tenía una blusa turquesa que combinaba con sus ojos color de aceituna y su modesto escote exhibía, sin darse cuenta, ese morado tan sexy que a veces se nos escapa.
Nos hicimos amigas en el Museo de Arte cuando comenzamos a trabajar como guías. Yo le mostré unos versos de Alejandra Pizarnik y luego de eso no paramos de hablar.
Hemos compartido tantas cosas, muchísimas, más de las que pueden contar nuestros 10 años de amistad y con este humilde texto quiero agradecerle por todos esos momentos en los que siempre me hizo reír.
Nunca olvidaré el día que me contó, a su modo tan particular, por qué la llamaban Mali, esa vez en la que se malogró el proyector y le pidió al auditorio que imaginase las imágenes de sus diapositivas, lo bonito que hicimos con Moiras, nuestros paseos en micro los domingos a las 06:00 a.m., la cantidad de veces que intentó recogerme cuando por torpeza acababa en el piso, los chicles que me regaló para que no me muerda la lengua, el día que me acompañó a saber si Abril estaba ya conmigo, nuestras primeras fiestas juntas, la millonada de secretos, los quince minutos de distancia que nos separaban, todas las veces que lloró y todas las veces que la abracé, nuestras intervenciones en la calle; las decentes y las alborotadas con gritos, bailes, desorden y mucha diversión.
Podría mencionar muchas cosas más pero sería una declaración de amor escrita con cosas que las dos sabemos a la perfección. De todos modos y para no dejar se ser romántica mencionaré que ella y yo tuvimos un repertorio de canciones que bailábamos todo el tiempo y con todo el mundo, pero nunca una solo para las dos. Luego de pensarlo mucho concluí que esta canción sería la nuestra.
Nadie imagina lo mucho que voy a extrañar a mi Male.

Saturday, May 10, 2014

Hola, soy Abril Valiente


En esta foto de diciembre del 2010 Abril tenía cinco meses. Ella y yo nos fuimos al viejo continente a conocer la obra del Greco y las naranjas hechizadas de La Alhambra. El viaje fue una odisea trilce que no hubiera podido seguir con ella en los brazos porque nos pasó de todo.


Uno de nuestros objetivos era rastrear el camino que siguió su padre, en agosto del mismo año, cuando él se enteró que ella estaba en camino, recuerdo que me dijo con un lápiz sobre un mapa: "Yo salía del Museo del Prado y contaba los minutos para llamarte, crucé la pista por aquí y encontré una cabina telefónica". 

Buscar esa cabina y llamar por teléfono a Lima fue lo primero que hicimos un día después de llegar a Madrid, descubrimos también que la comunicación se realizó frente a la Plaza de la lealtad. 

Hoy, tres años y medio después, en la actuación del día de la madre y con mi hija sentada en las piernas no pude evitar recordar todo lo que vivimos... Tanto que el 2010 parece haberse quedado muy lejos.  Ahí, en ese salón lleno de flores y fotos de pequeños con sus mamás, Abril señala la nuestra y me dice que quiere volver a ver mi cabello largo como en la foto. Al final agrega:
- ¿Y qué decía cuándo estaba en tu panza?
- Me hacías cosquillas.
- Ah, es que te decía: Hola, soy Abril Valiente.


Sunday, March 16, 2014

El aro de cebolla

A mediados de los noventas yo tenía 10 años y mi proyección de vida, visualmente, no iba más allá de los 15. Soñaba con lo que mi madre prometía: una fiesta de quince con vestido rosado y muchos invitados. Luego de eso iría a la universidad, estudiaría para ser profe y me casaría a los 22 pero todo cambió después de ver la escena más dulce de la historia.

Un día casi de noche veía por casualidad la televisión, daban Los Simpsons, me enganchó el drama amoroso de Homero y Marge pero lo que me dejó boquiabierta fue ver que él le pedía matrimonio poniéndole un arito de cebolla en el dedo anular.

Yo, que estaba acostumbrada a la edulcorada boda made in Televisa en la que la muchacha pobre - amparada y protegida por la Virgen de Guadalupe - se hacía millonaria luego de derrotar a la pudiente y esquiva familia del principe azul, creía que ese cuento surreal y pomposo era habitual en todas las historias de amor.

Pero esa noche al apagar la televisión me sentí profundamente enamorada de ese antipríncipe gordo y grasoso que atendía un puesto de comida rápida, nunca había visto tamaña demostración de amor. ¿Y por qué me impactó tanto? Porque lo más valioso de la vida para mí, siempre fue la voluntad con la que cualquiera es capaz de hacer las cosas y además gracias a Homero, dejé de pensar en el estereotipo de matrimonio al que la cadena televisiva mexicana me tenía acostumbrada.

Han pasado muchos años desde aquel entonces y nada me quitó de la cabeza aquella imagen que aún recuerdo, ahora con nostalgia. Este año recibí con alegría la noticia de tres bodas todas de gente muy querida, pero inevitablemente recordé mi frustrado intento por llegar al altar.

Después del parto y los primeros meses de mi pequeña hija pensé en "formalizar" mi relación con su papá, traté de hacer todas las gestiones necesarias para casarnos empezando por el local, el trailer de la boda y la performance de entrada y salida hasta la modesta lista de invitados. Todo sencillo pero lleno de episodios únicos y especiales.

Mi inconveniente fue uno y lo escuché en no más de tres oportunidades, eso me bastó para no intentar nada más. "Yo quiero casarme contigo pero quiero darte un anillo caro, el problema es que no tengo dinero", pretexto al que contesté con: Pero Homero le dio un aro de cebolla a Marge, para comprometerse no hace falta una alianza costosa, solo voluntá", "¿Un aro de cebolla? Tan poco puede significar esto para ti?".

FIN

Thursday, March 06, 2014

Tenemos que hablar



Cuando un "tenemos que hablar" suena como pisar el vacío, es cosa seria. Eso me pasó hace unos días cuando mi papá lanzó, un domingo por la tarde, esa extraña amenaza cuasi coloquial y con raros visos de empatía.
"¿Por qué? ¿pasa algo malo?" le pregunté - sin poder evitar volver a mi adolescencia - tratando de adelantarme a lo que podría decirme, él me aseguró que solo haríamos lo propio; conversar.
Llegó la tarde y al parecer, el momento justo para hablar con tranquilidad. "Hija, tu hermano ya se fue de la casa, ha rentado un departamento con su esposa", ante su comentario asentí con la cabeza y dije: Qué bien.
"Tu otro hermano se casa en un mes", a lo que contesté: Sí, lo sabía. Qué bueno! Por fin se casa. 
Sin querer intuí sus intenciones, la siguiente pregunta sería: ¿y tú, qué piensas hacer?. Y lo fue.
"Después de todo lo que he pasado prefiero estar sola, lo único que quiero para mí es que nadie me joda". 
Mi respuesta tuvo eco y puntos suspensivos, y por el gesto de mi papito, llegó con dificultad.
Luego de mirarme un rato, en silencio, me dijo: Sí pues, lo mejor es vivir sin nadie que te joda. 
Consuelo o no, solo quiero eso.