Tuesday, February 09, 2021

Decisiones, cada día.

Cuando la ex señorita no había decidido qué hacer yo sí, no sin sentirme consternada. A mis 26 años mi familia recibió la noticia que, supuestamente, jamás llegaría de mí y como era de esperarse, también la recibieron con mucha más felicidad que yo. 

En agosto del 2010 tenía dos meses de embarazo, dos meses de estrepitosas caídas, bailes, fiestas y amanecidas, de las que mi pequeña salió ilesa, por eso cuando lo supe e hice un recuento de todo lo que había detrás decidí continuar con la gestación.

Mi vida cambió, mi cuerpo cambió y estaba plenamente consciente de que todo iba a seguir cambiando, nada volvería a ser igual, supe también que muchas otras cosas se verían truncas, pero de lo único que estaba segura era de que mi niña sería muy querida, y no me equivoqué.

El tiempo pasó, y yo pretendía seguir con mi vida normal, hasta el día del parto. El 6 de abril del 2011 me di cuenta de que todos los dolores sentidos antes no eran nada comparados con parir a una criatura, que llorar por haber perdido a un enamorado era la cosa más estúpida del mundo, que en adelante sería muy difícil doblegarme. 

Dos días después llegué a casa, con la niña en brazos, la niña más tranquila del mundo, pequeñita. Llegamos tres, su padre - que también fue mi hijo - ella y yo, una madre a medias, con todos los estragos de un parto difícil. 

En esos momentos en los que, sin exagerar, me sentía morir pensaba en aquellas mujeres de publicidad que afirman que cuando tuvieron a sus hijos o hijas en los brazos sintieron que conocían al amor de su vida. En mi caso no fue así, yo solo sentía una enorme responsabilidad a cuestas, y eso no siempre es agradable. Sentir que una pequeña vida depende de todos tus movimientos, estresa, preocupa y cansa. La lactancia y todos los cuidados son tan difíciles que a menudo me preguntaba "cómo es que puede haber tanta intención de amar con lo complejo que es esto".

Y bueno, las dificultades continuaron, todo lo que mencioné estaba sumado a no tener dinero. Antes de que mi hija cumpliera dos meses y a pesar de la negativa de mi familia, comencé a trabajar y eso hizo que valore mucho más el tiempo que pasaba con ella, tanto que tenía que echarla sobre el escritorio para que lacte mientras yo diseñaba en la PC.

Abril crecía y yo, superados todos mis temores de madre primeriza, quedaba maravillada con su desarrollo.