Sunday, March 16, 2014

El aro de cebolla

A mediados de los noventas yo tenía 10 años y mi proyección de vida, visualmente, no iba más allá de los 15. Soñaba con lo que mi madre prometía: una fiesta de quince con vestido rosado y muchos invitados. Luego de eso iría a la universidad, estudiaría para ser profe y me casaría a los 22 pero todo cambió después de ver la escena más dulce de la historia.

Un día casi de noche veía por casualidad la televisión, daban Los Simpsons, me enganchó el drama amoroso de Homero y Marge pero lo que me dejó boquiabierta fue ver que él le pedía matrimonio poniéndole un arito de cebolla en el dedo anular.

Yo, que estaba acostumbrada a la edulcorada boda made in Televisa en la que la muchacha pobre - amparada y protegida por la Virgen de Guadalupe - se hacía millonaria luego de derrotar a la pudiente y esquiva familia del principe azul, creía que ese cuento surreal y pomposo era habitual en todas las historias de amor.

Pero esa noche al apagar la televisión me sentí profundamente enamorada de ese antipríncipe gordo y grasoso que atendía un puesto de comida rápida, nunca había visto tamaña demostración de amor. ¿Y por qué me impactó tanto? Porque lo más valioso de la vida para mí, siempre fue la voluntad con la que cualquiera es capaz de hacer las cosas y además gracias a Homero, dejé de pensar en el estereotipo de matrimonio al que la cadena televisiva mexicana me tenía acostumbrada.

Han pasado muchos años desde aquel entonces y nada me quitó de la cabeza aquella imagen que aún recuerdo, ahora con nostalgia. Este año recibí con alegría la noticia de tres bodas todas de gente muy querida, pero inevitablemente recordé mi frustrado intento por llegar al altar.

Después del parto y los primeros meses de mi pequeña hija pensé en "formalizar" mi relación con su papá, traté de hacer todas las gestiones necesarias para casarnos empezando por el local, el trailer de la boda y la performance de entrada y salida hasta la modesta lista de invitados. Todo sencillo pero lleno de episodios únicos y especiales.

Mi inconveniente fue uno y lo escuché en no más de tres oportunidades, eso me bastó para no intentar nada más. "Yo quiero casarme contigo pero quiero darte un anillo caro, el problema es que no tengo dinero", pretexto al que contesté con: Pero Homero le dio un aro de cebolla a Marge, para comprometerse no hace falta una alianza costosa, solo voluntá", "¿Un aro de cebolla? Tan poco puede significar esto para ti?".

FIN

Thursday, March 06, 2014

Tenemos que hablar



Cuando un "tenemos que hablar" suena como pisar el vacío, es cosa seria. Eso me pasó hace unos días cuando mi papá lanzó, un domingo por la tarde, esa extraña amenaza cuasi coloquial y con raros visos de empatía.
"¿Por qué? ¿pasa algo malo?" le pregunté - sin poder evitar volver a mi adolescencia - tratando de adelantarme a lo que podría decirme, él me aseguró que solo haríamos lo propio; conversar.
Llegó la tarde y al parecer, el momento justo para hablar con tranquilidad. "Hija, tu hermano ya se fue de la casa, ha rentado un departamento con su esposa", ante su comentario asentí con la cabeza y dije: Qué bien.
"Tu otro hermano se casa en un mes", a lo que contesté: Sí, lo sabía. Qué bueno! Por fin se casa. 
Sin querer intuí sus intenciones, la siguiente pregunta sería: ¿y tú, qué piensas hacer?. Y lo fue.
"Después de todo lo que he pasado prefiero estar sola, lo único que quiero para mí es que nadie me joda". 
Mi respuesta tuvo eco y puntos suspensivos, y por el gesto de mi papito, llegó con dificultad.
Luego de mirarme un rato, en silencio, me dijo: Sí pues, lo mejor es vivir sin nadie que te joda. 
Consuelo o no, solo quiero eso.