Monday, April 20, 2015

Amor porque sí

El fin de semana una amiga me invitó a ver #StopKiss, obra teatral dirigida por Norma Martínez en el teatro de la Universidad del Pacífico.
Si bien es cierto, no soy una experta crítica de teatro, pero de lo que sí estoy segura es que el montaje, la escenografía y la música fueron impecables.
Punto aparte de los temas técnicos ya mencionados, la historia me enterneció por completo así como también tuvo puntos álgidos que me llenaron de indignación y no porque me guste hacerlo - o bueno, no puedo evitarlo, muchas cosas en este mundo me indignan - sino porque, desde mi perspectiva, la homofobia ofende nuestra condición humana.
No daré más detalles sobre la historia porque TIENEN QUE IR A VERLA. Solo comentaré que así como las protagonistas de #StopKiss yo amo porque sí a quienes realmente amo, creo que en ese grupo no puedo contar a ninguno de mis ex enamorados porque finalmente entre ellos y yo siempre se estableció una relación políticamente correcta y pre diseñada para insertarse dentro de los parámetros sociales, y cualquier imposición está lejos de mis ideales.
Así como en #StopKiss yo podría enamorarme de una extraña o de una amiga, porque así es el amor, no distingue. El sentir afinidad, simpatía, admiración y amor por alguien del mismo sexo está fuera del estereotipo de género que la sociedad nos vende día a día y por eso es rechazado, pero es igualmente legítimo que el de cualquier otra relación que involucre algo tan puro como eso.
Finalmente, por el respeto que le debemos al amor, exige conmigo‪#‎UniónCivilYa‬

Tuesday, March 24, 2015

Adolecer de ausencia

Uno nunca olvida las ausencias. Para mí, el espacio vacío que alguien deja no se llena con nada,  ni siquiera cuando se rompe una taza encontrarás otra que la reemplace.

Mi primera ausencia fue la más común, también la más parecida al grito de un ahogado de charco, pero como el momento dramático se sufre con pasión escribí "Duéleme" y se la dediqué a mi primer enamorado en el 2006.  

De eso ya pasaron muchos años, en los que he experimentado un millón de sentimientos diferentes menos este que ahora me embarga: la ausencia. Y a pesar de no haber reflexionado sobre ella en su momento, la pena se me fue manifestando con los días.

Todo llegó con el verano. Despedirme de Gaby, verme obligada a dejar el trabajo, ser testigo de la dispersión de mis compañeros y compañeras de oficina, ver que todo termina y con todo eso, encontrar una hermosa y fugaz compañía que se diluyó tan pronto como llegó.

Después del acoso detrás de la realidad virtual, llegó la calma y también la ausencia, esa que al inicio confundí con desamor y fue una pena mustia que engañé cada tarde buscando cariño en la dulzura casera de un pie de manzana, pero el hoyo fue creciendo mientras pensaba en todo lo que me faltaba: la compañía, el amor, el tiempo y aquella triste corazonada previa al final; la muerte.

Mi MAMÁ con mayúsculas, Mamá Naty, Natividad Flores: la mamá de mi papá, de mis tíos, de sus nietos, bisnietos y de todos los que necesitaran el cariño que solo se puede encontrar en un hogar como el que ella cocinaba cada tarde.

Hace un mes la visité y supe que pronto se iría. Desde aquel domingo no dejé de pensar en su partida y comencé a distribuir mi pena, a estirarla día a día para que el final no me duela tanto, pero fue inútil.

Este sábado que pasó, en la noche, llovió como nunca en Lima y recordé un cuento que le escribí a mi ati hace un par de años; en él hablaba de una anécdota que vivimos juntas: Ella siempre viajó por el Perú y traía fotos, una vez vi las nubes de la sierra y le pedí que me traiga una cuando viajara en avión, quiso engañarme trayendo diferentes cosas parecidas a una nube pero no lo logró, hasta que decidió llevarme en avión y ahí explicarme que nunca pudo abrir la ventana para atrapar mi tan esperado regalo, pero que desde mi asiento al lado de la ventana podía ver las nubes desde arriba. En nuestro cuento, el final fue diferente, en él el regalo fue una inusual lluvia que cayó sobre Lima y duró toda la noche. Eso ocurrió el sábado y la madrugada del domingo, así y sin pensar en un presagio, se despidió una de las personas que más amo en este mundo.

Adolecer de ausencia - de muchas ausencias - y de muchas cosas más, siempre me ha llevado a crear una representación visual y tangible del sentir. Ahora me toca hacerlo por ti, Ati, por eso el siguiente destino será visitar la tierra que siempre quisiste compartir conmigo.





                                                      

Thursday, March 12, 2015

Lima, no te vayas...

Desde hace más de 10 años voy al centro. Me enamoré de él, del caos que le da vida, de sus personajes, sus esquinas, sus solares, sus fiestas y sus bares.

Mi primera incursión fue por Quilca, la conocí de la mano de uno de esos enamorados que te duran semanas, esos que además de olerte el cabello y acariciarte la cara, te escriben poemas y no te dicen que te aman pero a los demás sí.

Él me llevó a media noche hasta la Plaza San Martín. Yo, con la boca llena de uvas maceradas, caminaba despacio atendiendo cada movimiento de la calle. Músicos y políticos en la vereda, emolienteros, panfletistas, poetas, todos conversando, todos conspirando algo, todos viviendo intensamente.

Cruzamos el pasaje, entramos a la vieja Noche y todo se apagó sobre la mesa. En nuestro tour de bares cada cerveza costaba media hora de mis sueños: llegábamos, nos sentábamos y mientras yo dormía sobre mis brazos apoyados en la mesa él tomaba una cerveza fingiendo conversarme.
[Y por supuesto, a la mañana siguiente, le dije a todos que ya conocía los bares del centro]

Volví con otro amigo, el único ser humano que hubiera dado su vida para que Platero no muera. Él y yo nos fuimos juntos a conocer Amazonas. Yo iba ilusionada pensando en encontrar un libro que buscaba con locura, era "Pasiones" de Rosa Montero. Y sí, lo encontré en un puesto hermoseado con pinturas y bossa nova, a un precio ideal para mi presupuesto: S/. 10.

Luego seguí yendo sola o acompañada, a leer en recitales, a beber frente a la Plaza San Martín, a comer empanadas chilenas en un hermoso balcón frente al pasaje Santa Rosa, a contemplar las calles, a dejarme envolver por la música que emanaban los solares, a intervenir las calles, a correr en las plazas, a bailar colgada de los postes.

Ahora toda aquella vida se extingue, cierran los museos, galerías, bibliotecas, bares, el boulevard de Quilca, borran los murales, todo muere, todo acaba, menos nosotrxs, lxs que aún podemos mantener el pulso y la pasión.

Thursday, February 19, 2015

Sí, soy feminista


Hace poco estuve en un grupo que fue materia de estudio para una investigación y me preguntaron sobre mí. Entre lo que comenté confesé que era feminista, y uso la palabra "confesar" porque en realidad no lo había afirmado antes, acto seguido mencioné que nunca optaba por alguna postura "oficial" porque creo ser una persona consecuente y que para ser partidaria de algo debo estar de acuerdo con todo; "entonces, aparte de mi compromiso con el quehacer educativo ahora también puedo decir que soy feminista".

Esperé 30 años para decirlo pero quizá todo el tiempo lo confundí con rebeldía. Rebeldía en casa, con mi familia machista, rebeldía porque a pesar de que a mí no me daban la propina que le daban a mis hermanos "porque ellos eran hombres y podían salir a la calle" comencé a vender mi lonchera en la escuela y a hacerle la tarea a mis amigos y amigas para ganarme algunos soles. Rebeldía porque a pesar de no permitirme ocupar la cabecera de la mesa para el almuerzo, lo hacía. Rebeldía al negarme a lavar y planchar la ropa de mis hermanos. Rebeldía al pensar que no estaba mal defenderme a golpes en la escuela cuando alguien me trataba con la misma violencia. 

Sin embargo, a pesar de los actos insurrectos en ciertos episodios de mi vida todo tiene su contraparte y en mi caso la encontré en la crianza. Solo para que se hagan una idea, nunca escuché la palabra "feminismo" pero sí "revolución" - del feminismo supe en la universidad. Ahora, volviendo al tema, durante mi infancia fui consciente de una parte del machismo pero no de toda la violencia de género que también era fomentada por mujeres. El obligarte e inducirte a ser flaca hasta llegar a la anorexia y bulimia, el hacerte creer el cuento del príncipe azul, el hacerte pensar que estarás realizada si te casas y tienes una familia, el recomendarte buscar un marido con dinero, el decirte que está en tus manos mejorar la raza para que tus hijos nazcan blancos, el imponerte usar el cabello largo porque tenerlo corto "es de hombres", entre otras perlas... Cayendo ingenuamente en las dos primeras, las peores taras de mi vida.

Cuando salí del colegio me enfrenté al mundo, a otro tipo de violencia que mis inocentes pensamientos escolares ni siquiera imaginaban pues finalmente te contaron una historia cuyo final feliz estaba sujeto a la llegada del príncipe azul quien viene a darte el amor que tanta falta te hace, pero nadie te advierte que aquel individuo es potencialmente un violador y como no lo sabes y estás sujeta al supuesto cariño que un malparido te da, acabas pensando que todo lo ocurrido fue tu culpa y te callas, no denuncias la agresión ni el trauma que viene después. En una situación como esa, la rebeldía ya no basta para sobreponerse sola. 

Los años pasaron, la vida pasa, las cosas pasan y creí - a pesar de lo vivido - que si a mis 25 años no tenía enamorado me quedaría sola para siempre. En ese momento le dije a mi ex: "Creo que si no me quedo contigo me quedaré sola el resto de mi vida" y él aceptó continuar en esas condiciones. De pronto, pasó lo que diferentes médicos pronosticaron imposible: quedé embarazada. Mi familia fue la más feliz: "Ahora cásate" - "No". Y fue una de las decisiones más sabias de mi historia.

Conviví con el padre de mi hija y la violencia continuó. La solución ya no tenía que ver con la rebeldía, la reacción fue una lucha silente y continúa que acabó con la separación. ¿A qué violencia me refiero? A tolerar su dependencia emocional, al vivir con una neonata que llora por lactar y un joven de casi 30 años llorando a la vez porque no puede ver a su mamá, que luego sigue llorando porque no se puede ir a estudiar al extranjero y termina, llorando también, porque no supo calentar un biberón. Sufrir un breve lapso de dependencia económica en el que te mezquinan S/. 2,00 (sí, lo que cuesta el pasaje en bus de ida y vuelta) porque tienes que ir a tu control post parto y no tienes dinero. Ese entre otros motivos financieros me hicieron aceptar un trabajo al mes del nacimiento de mi hija, cosa que mi familia censuró a sabiendas de mi situación: "tú eres la madre y no puedes descuidar a tu hija" y el padre: "tú le pagarás a la nana porque estás faltando en casa". Así y contra todos, comencé a trabajar.

La situación mejoró pero la repartición de gastos en casa nunca fue equitativa ni equivalente a los sueldos de los dos. Él comenzó a estudiar su post grado prometiendo subsanar mis sacrificios con pagarme los estudios cuando él termine, cuando eso ocurrió me dijo: "tú y yo ya no estamos, no tengo por qué darte nada". Resultado: Él es licenciado y magister porque tuvo tiempo para hacerlo mientras yo, con la crianza, la casa y con múltiples trabajos para mantenerla sigo siendo bachiller. ¿A eso se puede contestar con rebeldía? 

Finalmente, después de tres años y medio, se hizo efectiva la separación. Mi familia me insistió para que vuelva con él, sobretodo mi madre que siempre ha vivido preocupada por el qué dirán. Un día le dije: A ti no te molestó vivir maltratada, ¿verdad? A mí si me importa, porque después de todo lo vivido sé lo que significa tener amor propio.Quererte y valorarte tampoco es un acto de rebeldía. 

Entonces, cuando te enfrentas a:
- Optar por vivir la sexualidad libremente y que te sindiquen de puta, es violencia.
- Un abuso sexual y que al final te hagan sentir culpable, es violencia. 
- Vestir escotes y minifaldas y que la gente lo atribuya a que "quieres provocar". Es violencia.
- Ser exhibicionista y ser tildada de "calienta huevos", es violencia.
- Vivir emancipada porque no puedes estar a expensas de un hombre que depende emocionalmente de su madre y no está dispuesto a hacerse cargo equitativamente de los quehaceres de la casa y que, por ese motivo, te tilden de "no saber mantener un hogar", es violencia. 
- Trabajar para mantener a tu hija y te hagan pensar que eres "mala madre" por no atenderla, es violencia. 
- La obligación de ser ama de casa y no exigir ni un sol por todo el trabajo que haces, es coacción. 
- La presión social de retomar la relación con el padre de tus hijos solo por ellos, es violencia. 
- Entre muchas cosas más...

Por toda esa lucha que en algún momento confundí con rebeldía adolescente, es que me afirmo feminista. Porque no quiero que mi hija crezca viendo a una madre sometida, en una casa llena de gritos y peleas, quiero que crezca libre, que estudie, que su entorno esté lleno de amor pero que conozca y sepa lo que ocurre en el mundo, que sea valiente, que conozca sus derechos, que no la alcancen los prejuicios, no quiero que aprenda con golpes como lo hice yo. Quiero un mundo mejor para ella, quiero que tenga oportunidades por las que yo y muchas otras mujeres luchamos... Sí, soy feminista. 



Monday, February 09, 2015

Cocina con amor

Mi relación con la comida siempre fue complicada, desde pequeña me crearon complejos que acabaron en tormentos adolescentes de los que hasta hoy no me deshago, pero lo cierto es que a pesar de los trastornos alimenticios que sufrí siempre tuve presente que para comer debía llegar a alguna casa, ¿y por qué casa? Porque se supone que en las casas siempre hay amor, aunque a veces acababa matando el hambre con los embutidos y galletas que te dan de cortesía en los súper mercados.
De niña, invitaba a todos a comer a mi casa porque mi mamá cocinaba muy rico, lo curioso era que ella nunca se enteraba de mis reuniones. De pronto llegaba gente a cenar y no había nada que ofrecer. Otra cosa que recuerdo es que cada vez que cumplía años, mi mamá cocinaba carapulcra y yo era la más feliz del mundo pero todo se fue perdiendo con los años y el amor se terminó cuando papá se fue a vivir a Tacna, aún recuerdo el día en que mi mamá rompió su romance con la sazón, que volvía cada vez que papá regresaba a Lima.
Cuando tuve 14 años y me deprimía porque no podía cambiar el mundo, salía del colegio caminando sin dirección y sin ganas de volver a casa, porque "mi casa" se convirtió en un lugar para pensar en todo lo que no podía ser y hacer pero esa terrible sensación cambiaba cuando, después de las 03:00 de la tarde, comenzaba a sonarme el estómago y desviaba la ruta para dirigirme a un lugar en el que me sentía mejor: la casa de mamá Nati.
Natividad Flores es la mamá de mi papá y siempre fue LA mamá, aunque machista por la crianza y la edad, pocas personas me dieron tamaño ejemplo de lucha. Ella siempre se entregó a todo lo que hacía y, a mi parecer, le salía bien. Vivía para engreír a sus nietos, entre muchas otras cosas, y lo hacía cocinando pasteles, empanadas, postres, todo tipo de guisos y todo, TODO, siempre sabía a casa.
Pasaron los años y al salir del colegio me di a la vida práctica, en la que siempre fue más fácil comer un choclo sancochado, una lata de atún, lechuga cortada con la mano, queso fresco y cuando hacía frío, sopas instantáneas pero todo cambió varios años después, cuando supe que sería madre.
Cuando el pediatra me dijo que la niña debía comenzar a comer, me propuse cocinarle siempre lo mejor que pudiera para que sepa desde pequeña que en casa se come mejor que en cualquier otra parte.
Desde entonces cocino con gusto, y no solo para ella sino para todos los que quiero, además caí en cuenta de lo que mi psicóloga decía: "la comida es amor y nuestra forma de interactuar con ella es un indicador de cómo nos sentimos".
Por eso hoy, cuando a mi niña de casi 4 años le pregunto: "¿Qué quieres que te cocine hoy?", ella contesta: "Carapulcra con amor".