Y es que no debiste responder a mi última carta. Yo sabía que decir "adiós" era la mejor manera de despedirse, a pesar de que sabía que esa palabra siginificaba para ti algo definitivo, un "nunca más"...haciéndome notar que me iba, que desertaba de eso medio cierto y medio falso sobre lo que construímos un sueño. Sin embargo, hubiera sido lo mejor decir "adiós", sobre todo si era octubre y no necesariamente el radiante octubre en el que te conocí, ni el que vivimos juntos un año después, sino un octubre pálido, triste y un poco gris, con el cielo más pesado y grande, con la distancia plenamente concebida.
Después de recibida la noticia, creí que mi última carta no fue totalmente descabellada. No podía verte a los ojos, no podía mirarte y sólo respiré hondo para poder salir de tu casa y despedirme de tus padres como si nada hubiera ocurrido. Caminé sin querer darme cuenta que me seguías, mirando solamente al suelo, sin imaginar mi experiencia aquella madrugada en la que terminé por correr desesperada, delirando, con los ojos más grandes y desorbitados, como queriendo abarcar en su totalidad esa situación que parecia no terminar.
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